Irreprimible

Una abeja muerta.

El sábado murió una abeja. Casi en realidad no le importa a nadie. Se posó en una cortina, tarde ya, había anochecido. Movía de vez en cuando las antenas, y nada más. No la saqué de ahí, no me importó mucho honestamente.

Al rato la traté de mover, y cayó vacía al suelo, muerta. Quizá las abejas no viven mucho, pero me dió lástima que hubiese vivido y muerto de esa manera.

No sabía qué debía hacer con ella. La puse debajo del mostrador, y ayer se me olvidó decidir lo que haría. Hoy deben haberla encontrado y arrojado a la basura. Creo que sería mi culpa.

La ventana del trabajo.

Hay cosas tristes y cosas no tan tristes. Lo cual es una mentira, las cosas sólo son, y nosotros les transferimos nuestros sentimientos a ellas. Y, aún esto es una mentira, las cosas no son.
Una de las cosas que me desagrda de mi trabajo actual, es que las ventanas son tan grandes, demasiado grandes. Ves todo lo que pasa afuera, unas mujeres gordas acarreando niños, borrachos contando monedas en sus manos temblorosas que parecen morirse cada vez que se abren, árboles escondidos bajo sábanas de polvo, y gente de todas las edades unos pasos más allá esperando a que un extraño les arregle la vida con oraciones y hierbajos a cambio de unas cuantas monedas.
Pasar el día viendo todo eso es triste, es no tan triste, no lo es y también no es nada.

Chocolate y frambuesas

El cumpleaños de un primo y un tío fue ayer. El típico asado, mucha gente, lo de siempre en realidad. Carne más que nada. Terminado el asado fueron las tortas, una llamada consuelo, y otra de chocolate y frambuesas. Volaron platitos con torta para todos, incluso para los que no comían. Me levanté del sillón cuando terminé de comer, y miré con cierto morbo el la base de cartón donde quedaron los restos de la segunda. Daba la impresión de que hubiesen destripado a un animal ahí mismo.