Irreprimible

Carne, 27 de abril del 2005

El perro estaba hambriento, y estaba mordiendo el árbol que está en el patio. Así que pensé en matar dos pájaros de un tiro y traté de buscar una carnicería que estuviera cerca de la casa, y allí comparle un par de huesos, para que tuviera algo que hacer. Vivo en una casona (o lo que queda de la casona, para ser más exacto), a unas cuantas manzanas de unos barrios más bien pobres. Pasé por todos los lados cercanos a mi casa donde recordaba que hubieran carnicerías, y ya no quedaba ninguna. La última cercana había cerrado hace ya más de dos años, las otras eran negocios de tiendas de ropa usada o similares. Me sentí desilucionado, como un abuelito con alzheimer que descubre que la barbería donde se cortó el pelo ayer fue demolida hace años. O es un café con piernas.
Y caminé, hacia el sur. Hacia la población O' Higgins. Pasé por casas con las puertas abiertas, de las que salía un hedor a gallinero. Si mirabas al interior veías ancianos con la piel amarillenta, que rumiaban su soledad en silencio. También ví a gente joven, sentados en la puerta de sus casas, escuchando música alegre, con la mirada triste. Ví a sujetos de pie, afuera de casas miserables, que vestían ropas nuevas, que tenían ojos de depredadores. Quizás lo sean. Vi a jovencitas con moños estrafalarios, que sentían por sus novios una mezcla de admiración, adoración y miedo. Escuché una pelea doméstica. Toqué el candado oxidado de una puerta sellada, tan imposible de abrir como la boca de esos niños que jugaban silenciosos en el barro. Perros que no sabías si eran de la calle, o si tenían dueños, y esos dueños pertenecían a la calle. Años que no veía esta parte de la ciudad.
Caminé por más de una hora, y encontré la única carnicería de la zona suroeste de la ciudad. Estaba cerrada.

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