Irreprimible

Armadillo, 4 de julio del 2005

Ahí está siempre, en los alrededores de la plaza echado en algún rincón. Duerme en la iglesia, varias veces le he visto escabullirse y esconderse tras las grandes puertas de madera. Ahí no llega ni el viento, ni la lluvia, ni las pedradas crueles de los escolares, ni las mordidas de los otros perros. Se queda acurrucado, silencioso, inmóvilcomo un fantasma sin nadie a quién penar, una sombra oscura en un lugar aún más oscuro.

Tiene una pata infectada y camina rengueando. Un ojo que nada ve, y por causa de la tiña, la sarna y otras cosas similares, ha perdido el pelo. Cada vez que gana una enfermedad nueva, pierde un poco más de pelo. El lomo, recuerda más a un armadillo que a un perro.

Dicen que los animales también sienten (Esto es cierto), y que también piensan (Esto también es cierto, pero no tan a menudo ). Unos días siente frío, otros siente temor, siempre siente hambre. Nadie le da comida, tiene que competir por la basura con otros perros, más sanos, fuertes y grandes. Normalmente no toca casi nada, todo lo toman los otros canes. Y sus rivales están cada día un poco más sanos, fuertes y grandes, y él está cada día un poco más enfermo, debil y encogido. Ayer se comió el cartón en el que venía una pizza.

Hoy tuvo suerte; una niña que pasaba junto a él dejó caer accidentalmente el coo de helado, y era el único can cerca. Se lo tragó rápido, de una zampada, y miró a la niña. La mayoría de los perros vagos provoca algo de lástima en cierta clase de gente; pero él no era esa clase de perro vago, y ella no era esa clase de gente. Repugnancia.

La niña le escupió, y empezó a cruzar la calle hacia donde su madre charlaba con una amiga. Sí vió el camión, pero se sentía mágicamente protegida por el paso de cebra.

Pero el paso de cebra no es mágico, y la niña se da cuenta un instante antes del golpe. Producto del impacto, cae un par de metros más allá, chilla, chilla mucho. La rueda empieza ya a treparle por el brazo, ya no tiene mano, ni brazo, ni hombro. Y chilla, un grito de terror destilado. Hasta el perro vago que hace un momento se comió su cono lo sabe, y observa con indiferencia. La rueda alcanza ya la cabeza, un ruido como un crujido y un melón reventándose, y se acaban los chillidos por un instante.

Ahora es la madre quien chilla.

Se escabulle, se esconde detrás de las grandes puertas. Se acurruca y piensa que le hubiese gustado poder quedarse a ver un rato más que pasaba, pero en un rato más hubieran cerrado la iglesia, y se habría quedado en la calle en la noche.

Los perros si piensan.

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